“La buena comida, entra antes
por los sentidos que por la barriga”
(Anónimo)
En uno de esos tantos azares de la vida, la misma niña que un día se metió un grano de café por la nariz, llegó a la gran capital, sin tan solo imaginar las mil y una situaciones que se aproximaban a su diario vivir. Porque realmente, sus rutinas cambiarían tanto, ahora, dejaría de ser aquella pequeña que contaba uno a uno los fríjoles que le servían en su plato, denominándolos “bolitas”, en un conteo sin fin, “una bolita, otra bolita…”, mientras su padre pacientemente esperaba a que el plato quedara vacío.
Pero, las aventuras con la comida no solo tenían protagonismo con los típicos fríjoles paisas, la inquieta damita, también solía decirle al espagueti, “gusanos”, y cuando éstos eran preparados en sopa, podía tardar infinidad de tiempo, en comerlos uno a uno, deslizándolos lentamente entre sus labios, su padre nuevamente, era la víctima en esta larga espera. Y por supuesto, cómo olvidar los espléndidos “bigotes” que el espumoso chocolate de mamá, permitía formar sobre su boca.
Ahora bien, cuando aquella niña ingresa al “maravilloso mundo del jardín infantil”, de repente, se encuentra con un peculiar juego, el cual poco a poco fue aprendiendo a practicar con aquellos que entonces, eran “pequeños” compañeros, más que un juego era una competencia, en el momento del almuerzo, lo primero que hacía cada uno de los chiquitines era revisar la cuchara que se les había asignado, ¿para qué? Para verificar que tenía una pequeña estrella atrás, esto podía considerarse como un incentivo para consumir plácidamente los alimentos, de lo contrario, la desmotivación que se experimentaba arruinaba el apetito de cualquier niño.
Las experiencias con la comida, cada vez se fueron ampliando y complejizando más, sin olvidar nunca que en el momento de cocinar no ha de faltarnos una lista de ingredientes y de pasos a seguir para que aquello que deseamos preparar quede exquisito a nuestro paladar, y sin duda alguna, hay un ingrediente imprescindible en cada una de nuestras recetas, éste es el amor, los alimentos preparados con amor suelen ser más saludables para nuestro organismo. Precisamente esta fue la lección que aprendió al desarrollar autónomamente sus habilidades culinarias a la edad de seis años, cuando le inquietó profundamente la idea de conocer el proceso al que se someten los alimentos antes de llegar al plato, aquello que denominan “cocinar”. Sus padres siempre llegaban tarde a casa, así que ella pensó que sería muy buena idea tener la comida lista para cuando ellos regresaran, lo único malo era que siempre preparaba el mismo menú cada día: Arroz, pasta y papa salada. Los primeros días, los padres estaban dichosos, sin embargo, al transcurrir una semana, no sabían cómo hacerle entender a la pequeña que ya estaban cansados de comer lo mismo todos los días, pero, sin herir sus sentimientos de “chef principiante”.
Hoy al recordar, lo único que la niña puede hacer es reír con todas sus ocurrencias, teniendo la plena convicción de que nunca se borrarán de sus pensamientos cada uno de los preparativos que mamá con un infinito amor le daba en su tetero (el cual, por cierto, abandonó a la edad de cinco años): Jugo de tomate (de guiso), colada de plátano, tinta de fríjoles con leche… Sabiendo además, que la comida aún tiene oculta para ella, una amplia gama de olores, colores, sabores y texturas que seguirán sorprendiéndola a lo largo de toda su existencia.
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